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La llegada del segundo bebé

Por Celina Arce

¡Hola! Hace poco que compartí la historia de embarazo y parto de mi segundo bebé. Algo que les llamó mucho la atención fue que mencioné que tuve un “mini duelo” de mi relación con mi primer hijo y por eso quiero hablar de esto.
 
Yo creo que, aunque soy una mamá que trabaja, disfruté muchísimo a mi primer bebé durante todos sus primeros 2 años. Sobre todo, porque empecé a trabajar haciendo home office cuando empezó la pandemia y pude disfrutar desde cerca su desarrollo, darme tiempos para apapacharlo y convivir sin descuidar mis pendientes. No puedo decir que fue fácil, pero si puedo decir que valió la pena.
 
Creo que el encierro en casa y el no tener tantos planes, compromisos y salidas hizo que conviviéramos mucho. Yo tenía muy claro lo que le gusta y los momentos que disfrutaba conmigo, mismos momentos que yo buscaba repetir y aprovechar con él. Eran cosas sencillas que me hacían sentirme cerca de él y que a él lo hacían reír o sentirse querido. Algunas de las cosas que hacíamos eran cocinar y hacer pasteles porque a él le gusta ver la batidora, salir a la terraza y me enseñaba cada una de las plantas que sembró y como iban creciendo, me decía cuál árbol era mío y cuál de su papá, etc.
 
Desde los últimos meses del embarazo empezó a notar la diferencia. Yo estaba más cansada, ya no lo cargaba tanto, me sentaba en el sillón en lugar de en el piso a jugar con él. Yo podía ver que el sentía que un cambio se acercaba y a veces eso se reflejaba en su comportamiento. Pedía muchos abrazos y cada vez que le leíamos un cuento su papá y yo decía la frase “juntitos todos” con mucha emoción.
 
Por más libros que leímos (que por cierto le encantaban) para prepararlo y para que él se emocionara por ser el hermano mayor, yo veía que aún no estaba listo. Intentamos involucrarlo en escoger el nombre de la hermana, le enseñábamos la ropa que teníamos para ella y algunas cosas más. Yo creo que nunca iba a estar cien por ciento listo y lo inevitable tenía que llegar.
 
Al final entre los juegos, idas al parque, el trabajo, cocinar de pie, una remodelación y visitas a obra, yo sentía que probablemente esta niña iba a nacer más temprano que tarde. En mi primer embarazo llegué a la semana 40 y algo me decía que este iba a ser diferente y aunque todo mundo me decía que me estuviera quieta y me tranquilizara un poco, la verdad era difícil dejar de hacer cualquiera de las cosas que me tenían así de atareada.
 
Y pues lo que presentía pasó. Comencé trabajo de parto y yo ni enterada. Si sentía presión y las famosas Braxton hicks pero nunca me imaginé que el camino ya estuviera tan avanzado. El día que cumplí la semana 37 me citó el socio de mi ginecóloga para conocernos porque el me iba a revisar en lo que mi ginecóloga regresaba de viaje. Llegué pensando que era una revisión de rutina. Claro que ya lo conocía porque asistió mi primer parto junto con mi ginecóloga, pero yo no me acordaba ni de su cara porque el día de mi primer parto andaba en otro rollo.
 
Recuerdo que antes de pasar a revisión estábamos planeando cuales podían ser los escenarios, cuando me convendría hacerme la PCR para no llegar sin prueba negativa de COVID al hospital, cuando le podría decir a mi mamá que se viniera a CDMX sin tenerla aquí días esperando, pensando si me convendría trabajar hasta el último día o no, pidiéndole unos papeles que me solicitaba el IMSS porque no había tramitado mi incapacidad, etc. Pasamos a revisión y al acabar me dice: ¿qué crees? Te tienes que ir a hacer la prueba PCR en este momento. ¡Se me bajó la sangre!, yo pensaba ¿cómo? Me queda mínimo una semana más para cerrar pendientes del trabajo, para que mi mamá llegue, para terminar mi trámite del IMSS, para que regrese mi ginecóloga de viaje.
 
Una semana más para gozar a mi bebé grande que ya no va a ser el bebé.
 
Por cierto, yo planeaba ir sola a esa consulta porque era entre semana, en la mañana y mi esposo estaba trabajando. Yo no sé por qué una tía se ofreció a acompañarme y cuando empezó a darme esa noticia el doctor lo agradecí demasiado.
Todo el regreso a mi casa tuve contracciones -no dolorosas- yo creo que, del nervio, pero mi tía iba manejando. Todavía quise ir caminando por un café porque ya me lo había antojado desde antes de entrar a la consulta y dije pues mi último antojo. Recuerdo estar en el café parada esperando y sintiendo la presión que cada vez me ponía más nerviosa. Le llamé en ese momento a mi mamá y le dije que comprara un vuelo y que intentara llegar en la noche porque no sabíamos si llegaba al próximo día y a mi me urgía que llegara para que fuera ella la que se quedara con mi hijo. No quería a nadie más con él mientras yo iba al hospital.
Llegué a mi casa y las contracciones pararon, yo no entendía porque, pero sabía que en cualquier momento podía pasar algo.
 
Recuerdo que abracé a mi hijo lo más fuerte que pude, sabía que su vida estaba a punto de cambiar. Ya no iba a estar 100% dedicada a él (aunque no siempre fue el 100, pero me entienden). Mi mayor preocupación aparte de cerrar varios pendientes era que mi mamá llegara a tiempo para estar con él en lo que nosotros nos íbamos al hospital. No quería dejarlo con una tía, con mi prima, con nadie más que con su abuela porque eso me daba paz y sentía que él iba a estar más tranquilo así y muy emocionado de ver a su abuela a quien tanto quiere.
 
Mi mamá llegó ese día en la noche y pude respirar del alivio. Toda la noche tanto mi esposo como yo estuvimos esperando que algo pasara (con mi primer bebé se me rompió la fuente a la 1:00 am). Toda la noche entre que dormía y no, me movía o me paraba al baño y mi esposo me preguntaba ¿qué pasó? ¿sientes algo? Y yo: “no nada”. Pasé la noche como una noche cualquiera de una embarazada en el último tramo, con mil paradas al baño, pero sin ningún signo de que fuera a nacer.
 
Al día siguiente yo muy relajada pero el doctor me pidió que fuera a su consultorio porque quería revisarme. Me revisó y me dijo que fuera por mi maleta a mi casa y luego al hospital. Si hubo avance, aunque yo no sentía mucho y nuestro mayor miedo era que como no estaba sintiendo mucho, que por algo no llegara al hospital y tener una sorpresa en el camino.
 
Fuimos a nuestra casa y llegó el momento de explicarle a nuestro hijo que nos íbamos dos y regresábamos 3. Nos despedimos, le explicamos y el entendió lo que quiso entender, se quería meter en la maleta y entre risas y bromas nos salimos del departamento y él se quedó tranquilo. Más que yo.
 
Por una parte, me preocupaba mi hijo, pero también me emocionaba lo que venía y le quería dar su tiempo y su lugar a su hermana. Disfrutar el parto y su llegada como disfruté y recuerdo cada momento del primero.
 
Llegamos al hospital y para no hacer el cuento tan largo, a las 6 horas tenía a mi bebé en los brazos. Una bebé sana y hermosa.
 
Fue un día pesado, el parto estuvo cansado, fue algo diferente al primero y yo terminé agotada, hambrienta y sentimental. Al día siguiente no sabía si hablarle por FaceTime a mi hijo o mejor esperarnos a que la conociera en persona, pero ahí si me enfoqué en mi hija, en gozarla, intentar grabarla en mi mente así de chiquita, a comenzar con la lactancia y disfrutar esas horas de estar los 3 solos, pero juntos.
 
Llegó el día de la salida del hospital y a una parte de mi le urgía irse a la casa para poder ver a mi hijo. Llegó el momento de que se conocieran y aunque siempre tienes mil cosas en mente y planeadas, pasó como tenía que pasar. Me da risa que queremos la foto perfecta o el video perfecto de esos momentos, pero traté de hacerme a la idea de que eso no era lo importante. Lo importante era estar presente acompañando a mi hijo y me prometí no forzarlo, dejar que el decidiera que quería hacer al conocer a su hermana. Ya sea darle un beso, cargarla o no acercarse, él iba a marcar la pauta.
 
Habíamos planeado que a la bebé la cargaba mi esposo y yo iba por mi hijo para decirle que alguien lo quería conocer. Más o menos así sucedió y estuvo chistoso, medio que se sordeaba, no sabía qué hacer, empezó a decir quién era quién, mamá, papá y se saltó a pantalón, camisa, sin mencionar a su hermana, pero le prestó su objeto de seguridad y quiso ponérselo en las manos (eso me encantó).
 
Empezaron a pasar los días y empecé a notar la diferencia en mi relación con él. Incluso creo que una vez lloré con mi mamá y le dije creo que algo trae conmigo, anda raro y yo siento que nuestra relación ya no es la misma. Claro que él iba a estar diferente. Su mamá ahora tenía a una bebé pegada a ella todo el tiempo, su mamá ya no iba por él al colegio, su mamá no podía agacharse a jugar con él, ni cargarlo. Empecé a intentar darme el tiempo y hacer esas cosas que hacíamos justo antes de que naciera, las cosas que sí podía hacer y cuando lo hacíamos lo notaba feliz a él, aunque a la que más hacía feliz era a mí.
 
Todo esto no quiere decir que no disfruté cada momento con mi hija, claro que lo disfruté. Solo ahí está siempre la espinita de que algo cambió, ves raro a tu hijo y no puedes controlar nada, tienes que darle su tiempo, su espacio.
 
En los primeros 40 días yo soy mucho de no salir de casa. Siento que el recién nacido está más tranquilo en casa, yo estoy más a gusto estableciendo la lactancia y puedo vestirme cómoda. Mi esposo se llevaba a mi hijo a jugar a los juegos y así ellos también tenían su tiempo de papá e hijo mientras yo disfrutaba a mi recién nacida con calma.
 
Es duro ver que a ellos les cuesta aceptar el cambio y tener que compartirte, pero también me tranquiliza un poco saber que todo esto le ayudará a madurar, a empezar a controlar emociones, a ser generoso con lo que más ama y aceptar cambios. No todo puede ser como a él le gustaría, solo quiero estar acompañándolo en el proceso y que sienta que lo entiendo. Yo también soy la hermana mayor y le puedo asegurar que tener hermanos le va a encantar en algún punto.
 
Últimamente creo que cada vez siento que mi relación ha ido regresando un poco a lo que era antes, aunque ya nunca va a ser igual, pero el hecho de que sea diferente no quiere decir que sea algo malo ni mucho menos. Nuestra relación ha cambiado y madurado, se ha adaptado. A mí lo que me ha servido es tener un tiempo de convivencia sola con él, sentarnos un rato a ver videos que tengo grabados de él que le encantan, leerle un cuento, hacer su rutina de la noche, hacer un pastel o jugar a algo.
 
Creo que lo increíble es ver como el amor que tienes por un hijo se multiplica cada día más y que no por tener dos hijos el amor se divide. Hay que dejar de ser duras con nosotras mismas y saber que damos lo mejor de lo que tenemos y que es bueno acompañar a nuestros hijos en lo que van viviendo y aprendiendo. Dejarlos crecer.
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